Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 18 de marzo de 2024

¿Por qué no hay suficiente compromiso social?


Sobre el compromiso social

Café Filosófico en Torre del Mar 3.4

25 de enero de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo.

Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde.

Ortega y Gasset


Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo.

Juntos podemos hacer grandes cosas.

Teresa de Calcuta


¿Por qué no hay suficiente compromiso social?


En el café filosófico anterior, celebrado en la Taberna El Oasis, el grupo de personas que allí se dio cita recogió la sensación de impotencia social que tantas veces nos arrastra hacia la inacción, o bien, a adentrarnos en lo nuestro, cada uno lo suyo, y hacer de eso un aparente hogar. Pues bien, el diálogo que asomaba la cabeza en esta ocasión se presentaba como su cara B. El compromiso social. Son caras de la misma moneda porque no son posibles uno sin el otro: el compromiso social que reivindicamos es una reacción de la impotencia que tantas veces sentimos; y ésta constituye nuestro compromiso herido o maltratado, de otro modo no sentiríamos esa impotencia. Así podíamos obtener un panorama más completo de eso que nos pasa cuando observamos cómo va el mundo y cómo nos gustaría que fuera, el contraste entre la realidad y el deseo, que el poeta Luis Cernuda convirtió en la alforja de su vida. Y descubrimos juntos que la división entre lo individual y lo social, lo cercano y lo lejano, esas dicotomías, esas falsas dicotomías, entorpecen nuestro compromiso personal con la realidad. La actitud en la que yo me doy, me envío, me pongo a mí mismo en mi acción, como etimológicamente significa “comprometerse”. Mirad lo que sucede si separamos la búsqueda de un saber común y universal (en lo posible) de lo particular de mis opiniones... La discusión infinita y el conflicto irresoluble están servidos, si uno se queda en la opinión propia (que es algo idiota por definición), o también, están servidas la sumisión y la ausencia de un pensamiento personal, si no parto de mi propia experiencia para llegar juntos a un territorio común, que es a lo que venimos, precisamente, en un café filosófico.

Pero, ¿cómo veníamos ese día al café filosófico? ¿Desde dónde nos enfrentábamos al deseo de un mayor compromiso social de la ciudadanía? Y dijeron que venían, cuando atendieron a su interior, con estas sensaciones, emociones o pensamientos predominantes: tranquilidad, apertura, paz, enojo, preocupación, indignación, tranquilidad, disposición, vida, sosiego, agradecimiento, bienestar, desilusión, inquietud, picazón, pasión, espera, nervios, una sensación desagradable en el lado izquierdo del cuerpo, de estar a gusto, serenidad, calma, sensibilidad. Estas eran las mimbres para nuestro cesto, tan variadas como los vaivenes que fueron dándose en la discusión, y que resumiremos aquí.

El diagnóstico inicial del grupo era que no hay suficiente compromiso social. Pero, ¿Por qué no hay suficiente compromiso social en el mundo en que vivimos? ¿Y qué sería un compromiso suficiente? Pero a ver, para empezar, ¿en qué lo notáis, esa falta de compromiso? Sigue habiendo muchas injusticias y no luchamos para erradicarlas, muchas quejas de los servicios públicos, la sanidad, por ejemplo, muchas carencias educativas, los medios tecnológicos que generan nuevos problemas... en fin, para qué seguir. Y predomina el interés egoísta, o bien, el hastío social emerge a menudo como única respuesta y, como todos los procesos dependen de muchos, de muchas instancias y actores, nadie se hace responsable, la responsabilidad se diluye; además existen fuerzas externas, con inercias que no controlamos, que nos presionan o encorsetan, la burocracia nos engulle, y nos sentimos divididos, atomizados, aislados... Todo parece demasiado complejo y fuera de nuestro alcance.

Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿qué nos cabe esperar?, como preguntaría Immanuel Kant. Necesitamos una nueva cultura del compromiso social, aportan algunos de los participantes. Favorecer una recuperación de la confianza en que algo se puede hacer, volver a confiar unos en otros y la ciudadanía en sus gobernantes. Pasar de una actitud individualista a una perspectiva en donde lo colectivo recobre su valor propio. Sin estos cambios básicos, les parece a nuestros protagonistas que no podría crecer el compromiso social de la ciudadanía. Y una pregunta abrupta irrumpe en la discusión (comencemos por cambiar nosotros mismos, los que estamos allí reunidos): ¿puedo yo ser feliz si los demás no lo son? ¿Qué es lo decisivo, el bienestar social o el bienestar individual? Y el moderador lanza a los asistentes esta pregunta de raigambre aristotélica. Pues bien, contra Aristóteles, la mayoría consideraba en ese momento que el bien individual es el más necesario. Y es muy posible que estén en lo cierto. Pero, ¿no se quejaban de la falta de compromiso social? ¿No continúa siendo ésta una perspectiva individualista? Pensemos en el compromiso político: se ejerce, sí, individualmente, pero se favorece socialmente. ¿De qué serviría, si no se convierte mi compromiso político en nuestro compromiso político? No puede haber verdadero compromiso sin la fusión de lo personal y lo social. Y si esto no se percibe con claridad, la ineficacia del compromiso conduce a la desesperanza, y ésta a la impotencia social de que hablábamos el otro día.

Y lo mismo sucede con los niveles de compromiso. Cualquier grado, en la medida en que uno pueda, es compatible y es funcional. No se trata de que el compromiso tenga que ser de una manera determinada, como a mí me parece que debiera ser; la clave está en que cada uno desde su esfera contribuya en algo, lo que pueda, al bien común (que luego redunda en mi propio bien). Y tampoco el grupo ve nada clara la dicotomía entre lo lejano y lo cercano: podemos contribuir al bien cercano a nosotros y podemos contribuir al bien de otras latitudes. Es posible, es compatible. Lo que no puede pasar es que la falta de lo uno sirva de excusa para lo otro: como hay muchos problemas globales, de qué vale lo que yo pueda hacer desde mi ciudad; como hay muchos problemas cerca de mí, primero tengo que ocuparme de éstos. Una pareja allí presente, que llevan a cabo labores solidarias, desde hace ya muchos años, aquí en su entorno y allá en otros continentes, lo atestiguan. Lo peor que le puede suceder a nuestro compromiso para que pierda su fuerza y su valor es que no sirva para nada, por un motivo u otro, por una u otra excusa... Todo suma, antes o después; ya se sabe que un grano no hace granero, pero le ayuda a su compañero. Basta saber esto para sentirnos potentes y llamados a comprometernos. No nos perdamos en esas artificiales dicotomías, lo individual y lo social, lo cercano y lo lejano, lo más grande y lo más pequeño. Por ahora, vale así.







lunes, 29 de enero de 2024

¿Cómo afrontar el hecho de morirme?


Sobre la muerte

Café Filosófico en Castro del Río 7.4

12 de enero de 2024, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Conviene al estudiante mirar en su interior, lo que quiere decir en sus actos, en sus pensamientos, en sus motivos, en sus reacciones y tratar de discernir “apasionadamente-sereno” y sin finalidad alguna en ese mirar, lo que en él son atributos. Cuando la mente ve los atributos como atributos y no como parte de sí misma, tales atributos dejan de ser importantes. Quiere esto decir que cada atributo descubierto es un atributo que muere y, en consecuencia, una parte de nosotros mismos –de lo que creíamos ser nosotros mismos– que muere en sentido figurado. “Morid antes de morir”.

Ibn Arabi, Tratado de la unidad

Si yo escribiera un libro titulado “El mundo tal como yo lo encuentro”, tendría que dar cuenta en él de mi cuerpo, y decir qué partes obedecen a mi voluntad y cuáles no, etc. Éste sería un método para aislar el sujeto o, más bien, para mostrar que en un sentido relevante no hay sujeto, pues de él no podría hablarse en este libro. El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo.

Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus (5.631-2)


¿Cómo afrontar el hecho de morirme?

Comienza el nuevo año y nuestra mente está acostumbrada a albergar buenos deseos. En el fondo, porque no podemos dejar de desear. Porque el tiempo del reloj es inexorable. Porque hoy es siempre todavía. Así, nuestros participantes, en este primer café filosófico del año 2024, expresaron sus propios deseos. Y, posiblemente, no serán tan diferentes de los tuyos, pues son humanos. Aportar algo valioso de mi trabajo, estar más tiempo con la familia, escribir un libro que tengo previsto, tomarme la vida con filosofía, vivir más tranquilo, perseguir la vida buena, disfrutar de mi madre que está mayor, que todo el mundo pueda disponer al menos de lo más básico para vivir, fuera el estrés, encontrar más espacio para mí, que este grupo de filosofía practicada continúe, poder salir de mis inercias personales, desarrollar mi vida interior, poder expresarme a través de la escritura, ayudar a mejorar mi pueblo. Y lo cierto es que estos deseos dependen bastante de nosotros...

Pero mirad qué temática eligieron para la tarde: la muerte. O quizás no fue esa temática, sino el sentido de la vida, que habían dejado de lado en la votación. ¿O quizás sean inseparables? Quizás, al plantearnos el problema de la muerte nos estamos planteando el sentido de nuestra vida, y lo contrario. ¿O no es así? Piénsalo. O mejor, piénsalo con ellos y con ellas. ¿Podrá esclarecerse mejor el sentido de la vida a través de la búsqueda del sentido de la muerte? ¿Viceversa? No deja ser misterioso cómo plantearon dichas temáticas por separado, pero luego la indagación las volvió a unir. Síguenos en esta búsqueda. Comenzaron con las siguientes preguntas: ¿qué es la muerte?, ¿cómo podemos afrontarla?, ¿ayuda la filosofía?, ¿hay un modo filosófico de afrontar el hecho de la muerte? Veamos cómo fueron discurriendo. Una primera decisión marcó el diálogo: en lugar de hablar de la muerte, que es algo más abstracto, más lejano, más impersonal, vamos a plantearnos qué es morirse. Mi muerte, no la muerte; mi muerte, no la de otros. ¿Y qué hacemos cada uno de nosotros con este hecho seguro, aunque indefinido? Las respuestas más comunes suelen ser la evasión, el entretenimiento, la sustitución o similares. Pero, ¿filosóficamente, esto es una manera sensata y madura de situarnos en relación con la muerte? Tendremos que filosofar juntos para observar el fenómeno en toda su potencia.

Morirse uno, morirme, es dejar de existir, comienzan diciendo. Pero, si la muerte es de este modo, morirse es una forma de ser, ¿no es cierto? Que no sabemos, pero que es. De hecho, todo parece indicar que ya hemos estado muertos: antes de nacer no existíamos, en el sentido habitual. Un ciclo de la existencia del que ya nos hablaron los antiguos griegos, Platón o Heráclito. ¿Esto quiere decir que morirse es el final de una etapa? En el plano biológico, la muerte formaría parte del proceso propio de los seres vivos. Del estar vivos. Y esto nos ayuda a entender la necesidad, en todo ser, de transmitir la información (genética, cultural) que se posee o que ha sido adquirida, más allá de cada vida particular. Nuestro paisano de adopción, que ya nos dejó, Carlos Castilla del Pino, solía decir que no contemplaba otra forma de inmortalidad que el recuerdo en los demás.

Y, estando en esto, una de las participantes prefiere contar su experiencia personal. Tenía muy claro que deseaba elaborar su testamento vital, pero a la hora de rellenar el documento sintió “cómo su vida se le escapaba”; imaginando el momento mismo de la muerte, sentía que “se perdía a sí misma”. Un sentimiento de tristeza y, a la vez, de agobio le embargó. El testimonio a todos nos dejó silenciosos y meditabundos, no sabe este relator si también preocupados. Esto llevó al moderador del encuentro a peguntar: mi vida, ¿sería la misma sin mi muerte? Si nos atrevemos a pensarlo, la actitud ante mi vida es subsidiaria de cómo vivo yo mi muerte, la actitud trágica o natural con la que sea capaz de afrontar el momento de mi muerte. Sería muy distinta nuestra vida sin la muerte, ¿no es verdad?

Si esto es así, no es posible entender satisfactoriamente mi vida sin mi muerte, como analizó Heidegger en su conocida obra Ser y tiempo. Esta aproximación a la vida (y a la muerte) podemos situarla dentro de una esfera cósmica, como decíamos, un ciclo eterno en donde los contrarios se cambian unos en otros y acaban siendo unos y otros, dialécticamente. En el flujo universal lo mismo es estar vivo o estar muerto, ser joven o viejo, aunque no nos dé lo mismo a nosotros como individuos separados. Así hablaba Heráclito. Pero, ¿cómo vivir esta realidad día a día? Es todo un reto. ¿Cómo llevar esta conciencia cósmica a mi vida particular? Ibn Arabi, el sabio sufi, aconsejaba un entrenamiento diario: “morid antes de morir”. Y vivir muy conscientemente las “pequeñas muertes” que se producen a diario en nosotros: cambios físicos, psicológicos, emocionales, mentales... Para dejar de estar tan apegados a lo que tenemos o a lo que creemos ser. En cualquier cambio, algo nace y algo muere. Experimentar esos estados mientras se producen, en cada instante, estando presentes, supone un excelente entrenamiento vital, toda una preparación para la muerte.

La sempiterna preocupación humana por la muerte podría mostrar una cara muy diferente a partir de un cambio de perspectiva. Si nuestra perspectiva, únicamente, es la del yo individual, la sensación de pérdida y angustia está servida; si nuestra perspectiva es la anterior, que decíamos, esa consciencia cósmica, es posible que una sensación de aceptación y liberación nos acompañe y podamos vivir mejor. Pero, el grupo abordó otro posible afrontamiento filosófico de la muerte, como se había propuesto inicialmente al empezar este diálogo. Lo plantearon para ellos y para ellas, pero ahora también lo recogemos aquí para ti. Es posible que la muerte suponga el final del “yo físico”, pero, ¿esto ya es nuestra identidad, toda nuestra realidad? Tanto los sabios de oriente como los de occidente describen algo que nosotros podemos experimentar: a pesar de todos mis cambios, yo me sigo sintiendo básicamente el mismo. Una conciencia profunda de nosotros mismos, más allá (o más acá) de nuestros estados, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestras emociones, nuestro cuerpo... Lo que yo soy, quien yo soy, que no se reduce a unos determinados modos de ser. Yo no soy eso. Los griegos hablaban de nous, los hindúes de atman, una conciencia-testigo, un observador, un núcleo o centro que no resulta afectado por la periferia de acciones, pensamientos o emociones. Poder conectar con ese fondo de nosotros mismos, y situarnos ahí, nos ayuda a acceder, a la postre, a una experiencia enteramente distinta de la muerte. Y, como sabemos, también nos permite vivir de otra manera. Un modo de vivir más sabio, más consciente, más pleno, más feliz. Vale.

miércoles, 3 de enero de 2024

¿Qué puedo hacer con mi impotencia?


Sobre la impotencia social

Café Filosófico en Torre del Mar 3.3

14 de diciembre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Lo más blando del mundo vence a lo más duro. La nada penetra donde no hay resquicio. Por esto conozco la utilidad de la no-acción. Enseñanza sin palabras. Eficacia en la no-acción. Pocos en el mundo llegan a comprenderlo.

Lao Tse, Tao Te Ching


¿Qué puedo hacer con mi impotencia?

Antes de comenzar nuestro diálogo filosófico sobre la problemática elegida aquella tarde, la impotencia que sentimos somo seres sociales que somos y hemos de convivir en un mundo tan dramático como el nuestro, en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, los participantes respiraron hondo unos instantes y miraron dentro de sí mismos, y vieron cómo venían esa tarde a nuestro encuentro filosófico: confiados, felices, despejados, en paz, curiosos, confusos, tranquilos, contentos, atentos, decepcionados, preocupados, a gusto, vulnerables, impotentes, con sueño, inquietos, acompañados, vitales, cansados, sensibles. Y eran sensaciones, emociones o pensamientos que sentían en el cuerpo o en la mente, según en cada caso.

Ha arraigado en nuestra cultura contemporánea la idea de la inacción como algo negativo. Hay que hacer algo. No podemos dejar de hacer. Si en el mundo vemos tantas injusticias y va tan mal políticamente, ecológicamente, socialmente... no podemos quedarnos quietos. Y sin embargo, sabidurías más antiguas, como el Tao, nos enseñan que más bien hay que no hacer o dejar de hacer lo que venimos haciendo, no reaccionar o luchar contra lo que nos está pasando, que sería otra forma de continuar actuando dentro de la misma dinámica. Y esto ya es “hacer” mucho, pues es el comienzo de nuevas acciones, no mediadas por las inercias o fuerzas ciegas que nos aprisionan. Este cambio de visión puede ser crucial en nuestro tiempo. Una vez retirada la niebla de nuestras mentes, habiendo soltado, los caminos pueden perfilarse con más nitidez. ¿Y cuales serían? Es lo que tenemos que ir descubriendo juntos, si primero nos hemos desembarazado de las ideas o creencias que otorgan carta de naturaleza al origen de los males que nos aquejan, a las que nos hemos apegado.

Pues bien, ¿por qué nos sentimos tan impotentes? ¿Qué puedo hacer con mi impotencia? Y nuestros protagonistas fueron por partes, primero las causas y luego la cura, aunque nosotros lo referiremos todo junto. En muchas ocasiones será la ignorancia o el desconocimiento de la situación, lo que explicaría nuestra impotencia; y obviamente, en este caso, tendríamos que comenzar por informarnos mejor, recoger más y mejores datos, más fiables, de lo contrario sería muy complicado responder adecuadamente. Un detalle, que pudiera carecer de importancia al principio, podría convertirse en el germen de nuestra nueva acción. Pero, muy bien pudiera ser que no fuera la falta de información lo que nos paraliza, sino su exceso, una saturación de información y, eventualmente y en consecuencia, una ansiedad nada desdeñable. Una variante de esta impotencia sobreviene cuando nos domina la sensación de que cuanto más sabemos, menos sabemos, una conciencia asfixiante de todo lo que nos falta por saber. También nos sobrepasa muchas veces la injusticia, tantos casos de injusticia, a los que nos sentimos incapaces de hacer frente. En todas estas situaciones, nos valdría aprender a parcelar o dividir los problemas, situarlos en su contexto, simplificarlos e ir paso a paso, mirando la especificidad de cada uno. Por otro lado, el miedo es el campeón de las causas de impotencia, en muchos casos. Y, con el miedo, lo mejor es tratar de ser muy conscientes: qué miedo, objetivo, creado por mi mente, exagerado o infundado; qué miedo, a qué le tengo miedo, si es exterior o tiene su fuente en nuestro interior. Posiblemente, el miedo se alimente de una inseguridad interior, que se disuelve poco a poco si desarrollamos gradualmente nuestras cualidades, y con ello va subiendo nuestra propia energía. Si nos vamos sintiendo más seguros, más fuertes, el miedo desaparece, como la oscuridad de una habitación al poner luz en ella. Por último, se dijo que el poder abusivo también nos causa esa sensación de impotencia de la hablamos. Y la salida que ofreció una participante, con el beneplácito del grupo, nos resultó más que curiosa, a los que allí estábamos: mirar dentro de nosotros sus huellas; de qué modo nos afecta o infecta ese poder abusivo, que no seamos cómplices suyos, que yo no me convierta en mi propio tirano. Un poder alienante penetra en mí si yo lo asumo como propio. Y de esto es de lo que hay ser muy conscientes: que yo no acabe encarnándolo, siendo su guardián, porque entonces olvidaré la fuente del daño que se está produciendo en mí.

El diálogo nos fue llevando de una manera natural hacia el (clásico) reconocimiento del ser humano como un ser limitado. “Nuestro ser es impotencia”, decía un participante. Y la muerte, tal como se entiende habitualmente, es el muro más imponente con el que se ha de medir nuestra impotencia. En este momento, vino en nuestra ayuda un principio del sabio Epicteto, que podría servir para cifrar en un doble origen todas nuestras impotencias. Porque, no es lo mismo ser impotente respecto a lo que depende o frente a lo que no depende de nosotros. Son dos impotencias muy diferentes, que dan paso a dos tipos de salidas de naturaleza distinta. Ante lo que no depende nosotros, la salida más sensata es la aceptación, que significa reconocer la dificultad, asumirla y, a partir de ahí, desenvolver la mejor opción (no significa, pues, como ya se ha estudiado en otros encuentros, caer en la resignación). Ahora comprendíamos, sin embargo, que todas las causas y sus consonantes salidas, que se habían estado discutiendo, se referían a las impotencias que sí dependen de nosotros. Motivo por el cual estábamos investigando juntos sobre qué hacer con ellas en cada caso.

Por otra parte, la impotencia de la estábamos hablando se vive (o se sufre) individualmente, pero el contexto social parece estar reforzándola continuamente. La impotencia social alimenta la impotencia personal. Ya sabemos, por otros encuentros, que lo que más educa (nos conduce) es la comunidad. De manera que este campo también debía ser explorado. Así lo hizo el grupo; para que la indiferencia no continúe ganando terreno, y nos conduzca a la pasividad o al escapismo. Todo queda intacto si nos limitamos a apagar la televisión. Es necesario que yo haga un trabajo de reelaboración personal de mi impotencia: por qué me siento tan impotente, cuál es mi actitud ante lo que me sucede y lo que sucede a mi alrededor. Y el contexto me ayuda o me desayuda. Para generar juntos el contexto adecuado es fundamental escucharnos unos a otros, comunicarnos nuestra impotencia, cómo y por qué la adquirimos. Que no nos sintamos solos, aislados, únicas víctimas del contexto global que nos agobia. Solamente comunicarnos nuestra impotencia y sus entresijos, ya nos conduciría a vernos menos impotentes. La impotencia compartida estimula la fuerza que cada sujeto lleva dentro; una energía antes vuelta sobre sí misma, que ahora puede expresarse fuera, junto a otros, que ahora se muestra con todo su poder. Por último, destacan los participantes que adoptar perspectiva temporal también resulta muy saludable: mirar al pasado, no con nostalgia, sino para darnos cuenta de que antes ya lo hemos conseguido: salir del pozo en que estábamos, ahí caídos. Y eso genera confianza y la confianza genera potencia de ser y la energía para vivir de otra manera. Vale




domingo, 31 de diciembre de 2023

¿Cómo acceder a lo sagrado?


Sobre lo sagrado

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.3

05 de diciembre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Uno no debe sentir una pueril repugnancia al examen de los animales más sencillos pues en todos los seres naturales hay algo de maravilloso. Así como Heráclito –según cuentan– invitó a a pasar a unos visitantes extranjeros, que se detuvieron al verlo calentarse junto a un horno, diciendo «aquí también hay dioses» así mismo debemos acercarnos sin reparos a la exploración de cada animal, pues en todos hay algo de natural y hermoso.

Aristóteles, De las partes de los animales


¿Cómo acceder a lo sagrado?

¿Es posible tratar de lo sagrado sin reducirlo a lo religioso? Y cabrían otros lugares comunes... ¿Es posible que la dimensión de lo sagrado sea accesible a todos, incluso a los que dicen que son (o se dicen a sí mismos que son) ateos? Según la RAE, lo sagrado es objeto de veneración y de respeto, y bien, todos los seres humanos poseen la capacidad para estimar lo sagrado, algo digno de veneración o respeto. Sin embargo, nuestro mundo contemporáneo parece haberse desacralizado, quizás fruto de esa reducción que apuntábamos al principio. Veamos lo que nuestros participantes pueden decirnos pensando juntos de veras sobre ello, yendo a la raíz, en este caso, de lo sagrado. Curiosamente, en la Plaza de las Carmelitas, a la que da nuestro lugar de reunión, la Sociedad La Peña de Vélez, se oía a lo lejos el bullicio de algunos rituales pre-navideños. Buena ocasión para hablar de lo sagrado de una manera, en lo posible, lo más auténticamente posible.

Esta vez, el preámbulo del café filosófico giró en torno a la distinción muy antigua, muy griega, muy humana, entre la diferencia o diversidad de los seres y la semejanza o unidad entre los seres. Es muy fácil fijarse en las diferencias de los seres de este mundo (biológicas, culturales, sociales individuales...), pero una mirada más atenta también puede ir descubriendo que muchos de los seres comparten semejanzas, algo común o, en algún grado, universal. Y, hablando en términos humanos, pregunta el moderador: ¿qué es eso que nos une a todos los seres humanos, en lo que nos asemejamos, que nos hace semejantes? Pero, se trata de conectar con aquello que hayas podido experimentar en primera persona, de un modo muy especial. Por ejemplo, Aristóteles nos transmitió que “todos los hombres buscan ser felices”, aunque, cada uno y cada una lo haga a su manera, de diversas maneras, a veces, incluso aparentemente contradictorias. Esta pregunta por lo común, o lo que nos une, es crucial en nuestro tiempo: necesitamos esta perspectiva de lo común nada menos que para dialogar, y para entendernos... y ya se sabe cuáles son las alternativas actuales a la ausencia de (o la incapacidad para) el diálogo, que a menudo sufrimos. Y he aquí eso común entre nosotros que solemos obviar, según ellos y ellas: el querer vivir bien, la necesidad de vincularse, la aspiración a ser mejor, la búsqueda de compañía o la amistad, interactuar, compartir, nuestra capacidad, más o menos dormida, para ponerse en el lugar del otro, el amor, la entrega, la capacidad para la comprensión de lo diferente, sin olvidar que el ser humano es, de por sí, flexible y siempre podemos llegar a ser de otra manera y, finalmente, compartimos la capacidad para lo sagrado, en la que el grupo quiso, a continuación, profundizar.

Lo sagrado. ¿Qué es lo sagrado? ¿Por qué algo es sagrado? ¿Cómo podemos conectar con lo sagrado? Y, enseguida, se propuso una hipótesis de trabajo: lo sagrado no es algo exterior o lejano a nosotros, sino que lo sagrado es una dimensión de lo humano. Para poder comprobarlo, el animador del encuentro propuso el recurso a alguna experiencia profunda con lo sagrado. Analizando estas experiencias podríamos indicar algunos componentes de la esencia de lo sagrado. Veremos. Y así se procedió. Desde las diferentes experiencias iban emergiendo, desde cada una, lo común a todas ellas: el cuidado, la unidad, la alegría, la belleza, la quietud, el amor... Lo sagrado, pues, tendría que ver con todo eso. (Y mirad que no difieren mucho de eso que buscábamos anteriormente como lo semejante o común entre nosotros; ¿será esto lo sagrado en nosotros?). Lo sagrado llama al cuidado, lo sagrado te conecta con algo uno, lo sagrado lleva a sentir la plenitud, la belleza, tu conexión con lo sagrado produce una quietud dentro y una armonía con lo exterior. Compruébalo a partir de tu propia experiencia, a ver
si lo sagrado no te sitúa en algo de todo eso... Porque, efectivamente, la experiencia con lo sagrado, que es también en su esencia sagrada, no se puede explicar, sino que tendría que experimentarse. Ahí estriba la dificultad y su grandeza. No puede explicarse, pero puede notarse, pues te transforma y produce una transformación a tu alrededor. Tú te lo notas y puede que se te note, sin aspavientos. Esto te dicen los participantes, para que seas más consciente, cuando lo experimentes.

Pero la cuestión que más intrigaba a los participantes era cómo poder acceder a lo sagrado. ¿Hará falta aislarse? En absoluto, nos dicen. El acceso a lo sagrado es interior y no hace falta viajar hasta el Tíbet o recluirse en un monasterio. Puede partir de un profundo anhelo de armonía o puede sobrevenir escuchado música con atención y de un modo inmersivo. Pero casi siempre surge de una demanda interior que solicita de uno mismo darle cauce. Escucharla. Su inundación produce en nosotros ese tipo de efectos o o respuestas que más arriba, ellos y ellas, desgranaron: cuidado, autocuidado, unión, vida, belleza, alegría, quietud, amor... Así se vive lo sagrado. En lo cotidiano; no hay que irse muy lejos, como se ha dicho. En dicha experiencia se anclan las diferentes formas exteriores de expresión de lo sagrado, ya sea en un contexto religioso o no religioso. Pues, todo lo existente o vivo en sí mismo es sagrado si, desde ahí, desde la conciencia de lo sagrado, miramos y nos miramos. ¡Salud para apreciarlo este nuevo año 2024! Nos hace mucha falta...

viernes, 29 de diciembre de 2023

¿Cómo somos capaces de banalizar la muerte?

 

Sobre la banalidad de la muerte

Diálogo Filosófico en Málaga 2.2

27 de noviembre de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como «banalidad», e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo normal o común. No es en modo alguno común que un hombre, en el instante de enfrentarse con la muerte, y, además, en el patíbulo, tan solo sea capaz de pensar en las frases oídas en los entierros y funerales a los que en el curso de su vida asistió, y que estas «palabras aladas» pudieran velar totalmente la perspectiva de su propia muerte. En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén


¿Cómo somos capaces de banalizar la muerte?

Una vez más, estamos reunidos en el Ateneo de Málaga para dialogar juntos. A través de una investigación conjunta, ahondamos en el problema o cuestión que nos interesa, en un proceso que evoluciona y hay que estar atentos para poder seguir sus movimientos. Pero es necesario que nos escuchemos, que guardemos nuestro turno de palabra, que nuestras intervenciones sean breves, que hayamos pensado de antemano lo que vamos a decir y por qué y de qué manera puede contribuir a la indagación misma; por esto conviene sopesar cada uno para sus adentros lo que va a decir, no repetir lo ya dicho, actualizar nuestra intervención según el transcurso de la discusión y dejar que el moderador pueda entablar pequeños diálogos con la persona que acaba de hablar, para incidir, para aclarar, para mirar de otra manera y ser capaces de pensar lo impensado. En esta ocasión, sobre la muerte, si acaso nuestra sociedad tiende a banalizar la muerte.

Antes de abordar la cuestión, se le dedicó unos minutos a la toma de conciencia de la diferencia entre la esencia y la apariencia. Muy antigua, muy griega, muy humana. Los presocráticos sacaron a la luz este problema típico del vivir en este mundo. Y, en la otra punta de nuestra historia, los autores incluidos en la llamada escuela de la sospecha vislumbraron cómo bajo la apariencia de unos valores dominantes rige una actitud afirmadora o negadora de la vida (Nietzsche); cómo la infraestructura material de la sociedad determina nuestra conciencia moral, política o religiosa (Marx); cómo nos constituye en un alto grado nuestra parte de la mente inconsciente (Freud). Pues bien, vamos a mirarlo en nuestra vidas, según nuestra propia experiencia: ¿cuándo algo se me había mostrado de un modo que luego resultó ser de otro modo, en el fondo? Y los participantes fueron ofreciendo un amplio repertorio de apariencias, cosas que parecían ser y no eran, tras una segunda mirada más consciente y reflexiva: si aquel presumía de su saber, es que no era tan sabio; nuestro Estado no es del bienestar, sino de los intereses económicos dominantes; un profesor que sabía mucho de su materia pero nada del trato con las personas; una persona que pretende ayudar a otros, pero quiere ser reconocido; en esta sociedad muchas cosas están al servicio del espectáculo; al principio, pensaba que no podía con unos ejercicios y sí que podía realizarlos; no te fíes tanto de lo que alguien dice, mira su lenguaje no verbal; cuidémonos de los falsos librepensadores; y de las relaciones interesadas; de los que parecen afables y son unos tiranos con su familia; una vez hicimos un viaje en furgoneta, se averió y pudo verse de qué estaba hecho cada uno; cuidémonos también de la hipocresía en el ámbito del humanismo o la religión; conviene que miremos lo que se hace de hecho y no lo dicen que debe hacerse; también nos conviene mirar más allá de lo físico o material; y más allá de las modas, incluidas las modas que se visten de espiritualidad; y quizás, alguien puede hacer algo por un motivo muy distinto a lo que parecía, esperemos un poco y miremos después; las fotografías pueden ser muy bonitas, pero miremos lo que hay de verdad o realidad en ellas; y mirad que no tiene un porsche, sino que lo que tiene son deudas; en la construcción europea, ¿no hay mucho de apariencia, si se continúa abordando la migración de la misma manera que hasta ahora? Por último, fijaos que todos los pre-juicios son en sí mismos apariencias.

Seguimos. Conocerán ustedes la cuestión de la banalidad (del mal), propuesto y desarrollado por Hannah Arendt, a raíz de su análisis del caso Eichmann: exterminaba a personas judías pero, desde su propia visión, él sólo cumplía órdenes, cumplía con su trabajo y únicamente quería hacerlo lo mejor posible. Algo muy grave está ocurriendo en una conciencia cuando solamente es capaz de ver esa parte, y no todo el daño que está causando. ¿Pasará lo mismo con la muerte? De tan habitual y frecuente, ¿no nos estaremos volviendo insensibles? Son tantas las muertes que presenciamos en los noticiarios, tantas las guerras, tan implacable la lógica de la guerra, las escenas cinematográficas tan explícitas de violencia, y tantas veces justificada en los filmes, en los videojuegos... que lo acabamos desvinculado de los valores, se devalúa y decae su gravedad. O, al menos, esa sensación tenemos muchas veces. ¿A qué puede deberse? Nuestros participantes despliegan algunas hipótesis. En realidad, es la vida la que ha perdido valor, y por eso se produce la devaluación de la muerte. Aunque, se suscitan algunas dudas al respecto: quizás valoremos más la vida en estos tiempos; quizás siempre se ha banalizado la muerte, sólo que ahora tenemos más información de lo que sucede, simultáneamente, en todo el planeta. Y desde estas dudas se deslizó la segunda hipótesis: la sensación percibida de que la muerte se ha desvalorizado se debe a que disponemos de más información y tantos casos de muertes llegan a saturarnos. Finalmente, una tercera hipótesis implicaba el interés de ciertos poderes establecidos para que la gente se mate entre sí; es duro y es triste decirlo, pero la muerte es rentable; pero antes hay que volverla banal; y por eso hay tanto negocio en torno a la muerte.

En este momento, el moderador del encuentro quiso darle un giro al diálogo, quizás por ver el asunto desde otro ángulo: estamos hablando de la muerte de otros... pero, ¿qué hay de mi propia muerte? ¿Banalizamos nuestra propia muerte? De algún modo, ¿huyo de la muerte, hecho al que me veo abocado? Si olvido o quiero olvidar, u otros están interesados en que olvide mi propia muerte, ¿extrañaría la tendencia a banalizar la muerte? Hoy en día abundan las maneras de procurar evadirse del hecho de que voy a morirme, aunque, en verdad, yo sea básicamente un ser consciente de su propia muerte (Heidegger). No pienses, no la sientas, disfruta, diviértete, vive el momento... ¡y cuánto hay montado sobre esto! Cuando, precisamente, es la muerte lo que da un sentido humano a la vida. No le dio tiempo al grupo a desarrollar más esta línea de investigación, pero tú puedes pensarlo: ¿cuántas son las variadas maneras en que hoy tratamos de quitar el foco de nuestra propia muerte? A pesar de que podría decirse: dime cómo vives tu muerte y te diré cómo vives tu vida.

Será cierto, es posible, que la muerte en estos tiempos sea banalizada para convertirla en un negocio y poder hacer negocio con ella. Las guerras, las armas, la violencia, conseguir el poder a cualquier precio... A todo esto añadamos el negocio alrededor de la evasión o sustitución o inconsciencia de la muerte, convertida en una transacción comercial de este mundo. Una forma de infierno. Será cierto, es posible, tan cierto como que la muerte y la vida se devalúan juntas. Vale.

martes, 12 de diciembre de 2023

¿Qué es respetar?


Sobre el respeto

Café Filosófico en Torre del Mar 3.2

23 de noviembre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas

No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo.

Evelyn Beatrice Hall (inspirada en la actitud de Voltaire)

¿Qué es respetable?

Decimos que vivimos en sociedades democráticas. Y no hablamos de las que quieren sus tiranos que parezcan democracias. Hablamos de las democracias formales y consolidadas. Y el problema sería que se quedaran solamente en eso. Porque es muy posible que echemos en falta, más que una democracia exterior, una democracia interior. Hundiría sus raíces en cada uno de los ciudadanos, si en cada uno de ellos y de ellas acaece el respeto a la diferencia del otro. En el respeto a las diferencias se juega la calidad de las relaciones sociales y políticas. Pero, de nuevo, no se trata de respetar las diferencias en el otro, sino de respetar al otro con sus diferencias. Esto quiere decir que, primero, he de contemplar al otro como un ser valioso en sí mismo, tanto como yo, un igual a mí. Si esto se olvida se desmorona el edificio democrático. Los griegos lo sabían muy bien: la demokratia supone que todos los ciudadanos poseen suficientes capacidades para hablar y decidir en la ekklesía o asamblea. La desconfianza en las capacidades del otro (una falta de respeto fundamental) arruina cualquier democracia. Quien no piensa como yo también puede tener razón, así como mis adversarios políticos. Entre todos hemos de buscar lo mejor; desde nuestros puntos de partida diferentes, perseguir el bien común. De manera que, si nuestros asistentes al café filosófico de noviembre, en Torre del Mar, indagaron acerca del respeto, ya podéis calibrar mejor la importancia de este tema para todos nosotros.

Antes, dialogaron sobre los valores, no solamente el respeto. ¿Cuál sería el valor central en torno al que gira mi vida en este momento? Así, desfilaron: la coherencia, el respeto a mí mismo y a los demás, la serenidad, la naturalidad, la lealtad, el tiempo propio, la autenticidad, el autocuidado, la autosatisfacción, la justicia, la integridad, la profundidad de las vivencias, la consciencia, la memoria, el amor, la tolerancia... pero lo más buscado, el respeto. No extraña, pues, que fuera propuesto como tema para el diálogo filosófico que, propiamente, comenzaba a continuación. Durante las aclaraciones, que fueron necesarias en la exposición de los anteriores valores, se evidenciaron dos aspectos a tener en cuenta, cuando hablamos de valores: que han de ser aplicados en cada caso y situación , y esto supone evitar que se vuelvan rígidos y, además, no olvidar la aparición de posibles dilemas, situaciones en las que hay que decidirse y hay que aprender a decidirse.

¿En qué consiste respetar? ¿Todo es respetable? Los asistentes fueron por partes... Comenzaron las aportaciones personales sobre lo esencial del respeto, aquello que lo convierte en verdadero respeto, así como la necesidad de ir dejando de lado algunas confusiones habituales, que nos conducen a quedarnos en la mera superficie del respeto, algo que solamente se le parece. Respetar es aceptar aunque no se esté de acuerdo. Respetar es entender, porque si algo no se concibe desde dentro de sí mismo, no se respeta de veras. Respetar es apreciar, antes que nada, la dignidad del sujeto, su valor en sí mismo. Respetar es posible, si quien respeta se respeta a sí mismo. Miradlo, porque la RAE no recoge ni por asomo todos estos matices. Es una de las ventajas de poder dialogar juntos, filosóficamente. Y luego siguieron. Respetar es comprender, pero comprender no es justificar los actos llevados a cabo. Y aquí hubo que detenerse: era necesario distinguir entre la persona y sus actos. Lo que una persona hace o piensa o dice ha de ser respetado, pero no tiene por qué ser justificado o permitido, si es dañino o va contra la posibilidad de expresarse u obrar los demás. Recordad la cita que antecede a este relato, de inspiración volteriana: defenderé hasta el final la posibilidad de que podamos discrepar. La persona siempre puede ser comprendida, y debe ser respetada. Incluso sus ideas, pero no por ello las acciones a que den lugar. Esto es decisivo.

La anterior distinción entre la persona y sus actos ya enfilaba al grupo hacia una respuesta a la segunda pregunta que se habían planteado: ¿todo es respetable? Fue muy iluminador constatar cómo esta diferenciación es crucial para llevar a cabo satisfactoriamente algunas profesiones, que tienen por objeto alguna relación de ayuda a otras personas. ¿Cuál sería el sentido de la docencia o del trabajo social, si se olvidan de mirar a la persona que siempre está detrás de sus acciones, aunque sean reprobables? Mejor sería que abandonasen sus respectivas profesiones, ¿no es verdad? Y continuaron los participantes analizando situaciones que, de todo punto, no deberían ser respetadas: como se ha dicho, si una actitud implica no respetar la diferencia de los demás, por ejemplo, si directamente se rechaza lo diferente por ser diferente, o bien, no se le permite expresarse; no debería respetarse tampoco la manipulación consciente de la verdad, y de ese modo, manipular a los demás, o bien, satisfacer intereses de carácter interesado (puede que de esto haya mucho en la actualidad); tampoco, la manipulación del bien o lo mejor en un caso dado, por ejemplo, querer hacer pasar un bien individual por un bien general (lo que tampoco es raro en los usos actuales de la “mala política”).

En este punto, el diálogo dio un giro muy interesante, por lo fructífero de su resultado. Recordemos una idea que había quedado anteriormente expuesta, pero no desplegada: el respeto a los demás ha de comenzar por el respeto a uno mismo. Y, además, aplicando lo hallado sobre la esencia del respeto, decíamos que de poco vale un respeto que no se pone a prueba a sí mismo, con aquello que se está en desacuerdo. Pero claro, plantea en voz alta uno de los participantes: “Yo no voy a tener nunca un desacuerdo conmigo mismo; ¡soy yo mismo!”. Y esto suscitó una de las discusiones más bonitas del encuentro. ¿Estaba el grupo de acuerdo con tal afirmación? Pues no, casi todos dijeron que no. ¿A qué se referían? Lo puedes suponer: en nosotros también hay divisiones internas, provocadas por nuestras dudas, nuestros conflictos, nuestros miedos... En mi interior tengo diferencias, con las que me he de reconciliar, reconociéndolas primero. ¿Cómo? Aprendiendo a ser consciente de mí mismo, conociéndome a mí mismo. Para vivir en armonía fuera, necesitamos cultivarla dentro, poder ser un espejo limpio para poder mirar a los demás con auténtico respeto. Mirarnos y reconciliarnos, mínimamente, con nuestras sombras interiores. De lo contrario, todo respeto a los demás podría encubrir algo mío que me impide verlos, entenderlos, desde sí mismos. Me sería fácil respetar (y valorar y apreciar) a quien se parezca a mi imagen de mí, o bien, a la imagen de quien quiero ser o lo que quiero alcanzar, pero sería más complicado respetar a quienes son verdaderamente diferentes; posiblemente, los percibiría como obstáculos para mi propio desarrollo, en función de mis propios deseos y temores.

Una de las participantes propuso, casi al principio del diálogo, tener en cuenta la etimología de la palabra “respeto” o “respetar”. Y ahora podíamos todos comprender la importancia de acudir al origen de nuestro lenguaje, pues es muy posible que, históricamente, hayamos perdido el contacto y nos hayamos desviado, dando lugar a confusiones que luego nos impiden conocer y conocernos adecuadamente. Respetar, en latín, se dice respectare, que podemos traducir como “volver a mirar”. Y esto es maravilloso. Porque respetar implica volverse a mirar aquello que puede ser digno de respeto. Cuando lo hago, cuando vuelvo a mirar con más atención (o miramiento, diríamos) puedo ver a lo otro más fácilmente como es. Y cuando así lo veo, en sí mismo, por sí mismo, no es nada difícil llegar a respetarlo. No lo es. Esta segunda mirada o reflexión es lo que necesita el respeto para existir. Pero también puedo volver a mirarme a mí, lo que podemos llamar, entonces, autorreflexión, comprenderme, respetarme y quererme. Y ya no será difícil que también pueda amarte a ti, pues, lo valioso en mí, está también presente en ti. Vale.







viernes, 8 de diciembre de 2023

¿Qué es una educación para la paz?


Sobre la educación para la paz

Café Filosófico en Castro del Río 7.2

10 de noviembre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Estaba un día Cura (el cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo. 

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia: 

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (tierra).

Higinio


La perfectio del hombre –el llegar a ser eso que él puede ser en su ser libre para sus más propias posibilidades (en el proyecto)– es “obra” del “cuidado”.

Heidegger


¿Qué es una educación para la paz?

Vivimos en un mundo dramáticamente convulso. No deja de haber guerras, porque sigue habiendo constantes desigualdades, porque nos seguimos viendo como diferentes sin un fondo de igualdad, común, comunitario. La humanidad como hermandad. Seres humanos que básicamente buscan lo mismo... quieren vivir bien consigo mismos y con los demás. Pero no es posible sin una armonía o justicia mínima, como proponía Platón, en el diseño de su ciudad ideal. Y Platón, como nosotros, ponemos la máxima esperanza en la educación. La panacea de nuestro tiempo, de la que se espera la realización de un mundo mejor. Si algo no funciona en la sociedad... pues, que la educación se encargue de prevenir el problema. Otra tarea más para la escuela. Y si ésta falla, se dice entonces que el déficit educativo viene de las familias. Pero, ya vamos sospechando que lo que más educa (o des-educa) es la actitud dominante en un determinado mundo, el ambiente, la comunidad creada. No lo que se proclama o se escribe en el apartado de los buenos propósitos, sino lo que se hace de hecho. No se educa enseñando valores, sino mostrándolos con nuestros actos y constatando que se puede vivir mejor de otra manera. Si deseamos un mundo en paz, algo tendremos que hacer diferente. Y esto buscaron nuestros participantes, aquella tarde en el salón de la Peña flamenca castreña.

De nuevo, como decíamos en un reciente café filosófico, en otro lugar más al sur todavía, hará falta una buena dosis de creatividad. Algo escaso en estos tiempos, según parece. Y, la creatividad no hay que buscarla fuera... es una cualidad interna, humana, nuestra. Aunque, ciertamente, sí habrá que estar atentos, abiertos, a la escucha del ser (Heidegger), para poder recibir las novedades. ¿Cuáles? Las que necesitamos, aquí y ahora... Desde luego, no va a ser, lo que necesitamos, una educación para la competitividad, si queremos vivir en una mayor armonía, justicia o paz, que de eso ya tenemos bastante. Y analizaron ellos y ellas los inconvenientes de tal educación. Repetimos que no hablamos de lo que se dice o se pone en leyes y libros de texto, sino de los ejemplos o modelos que funcionan habitualmente. Una competitividad que uno de los participantes calificó, citando a Byung-Chul Han, de “violencia neuronal” en nuestros días, con consecuencias nocivas incluso para la salud individual.

De esta competitividad reinante está ausente la colaboración, el compartir, el valor de hacer algo por sí mismo y no de cara a un objetivo, un beneficio, un éxito, ser mejor que los demás, que son vistos como rivales, adversarios o enemigos. Por esto mismo andaron muy finos en el análisis, al distinguir (y no confundir, como se hace) competitividad y competencia. Cuando la competitividad es “sana”, entonces es competencia, combatividad pero no hostilidad, va a favor de sí y no en contra del otro, para sentirse mejor consigo mismo (esto es el espíritu del resentimiento, del que hablaba Nietzsche). La competencia, o competitividad sana, no busca anular ni ganar ni acumular. Esto es enfermedad de nuestro tiempo. Busca el desarrollo de las cualidades o capacidades que le son propias a cada uno. Y esto recuerda el valioso sentido de la “virtud” entre los griegos anteriores a Sócrates, que podríamos referir aquí como excelencia: la virtud es el desarrollo excelente de una cualidad propia de un ser. Y no hablamos, primeramente, en términos morales. Así, puede haber caballos o pianistas virtuosos, si han desarrollado de un modo excelente las cualidades que les son propias, la velocidad en la carrera o la habilidad en la interpretación con el piano, respectivamente. Entonces, no se trata de ser mejor que el otro, sino del valor mismo de lo que se hace. Con esto, simplemente, ¿no viviríamos en sociedades más pacíficas?

Una auténtica educación para la paz tendría que evitar caer en la comparación entre personas, doblegar al adversario, vencer, sobresalir más que otros, estar más arriba en la gradación convencional... Sería preferible valorar la casilla de salida de las acciones, las cualidades propias, cuidar del otro, cuidarnos. ¿Cómo viviríamos, si una cultura del cuidado se instaurara en nuestras sociedades? Porque hay talentos propios de cada ser que pueden descubrirse con la práctica, si se les deja emerger. Porque hay inteligencias múltiples (Howard Gardner). Porque no es buena siembra educativa imponer un modelo social (lo que debe ser, lo que debe hacerse) desde fuera. Todas las corrientes de sabiduría nos enseñan que la virtud, el desarrollo de una cualidad propia, viene de dentro afuera y no al revés. Esto sería imponer o adoctrinar. Entonces, el sujeto se siente invadido, menospreciado. Y el sujeto reacciona como puede, culpabilizándose, apartándose o sacando la mejor tajada posible de la situación. No ser víctima. Y no vivir angustiado. Sobrevivir del modo que sea. ¡Imaginad qué diferentes escuelas serían, las que pusieran el cuidado mutuo en su centro!

El análisis de la competividad rampante les llevó a los participantes hasta el lugar del cuidado. Podrían analizarse otros rasgos incompatibles con una cultura para la paz, pero no dio tiempo. Sin duda que tú, querido lector o querida lectora, podrías, junto a otros, continuar indagando: ¿qué nos impide hoy en día el despliegue claro hacia una cultura de la paz? Ellos y ellas encontraron en la competitividad mucho trabajo pendiente, y lo situaron en el advenimiento gradual de una cultura del cuidado o sorge, como lo nombrara Heidegger en Ser y tiempo. Cuidado del ser. La educación como pastoreo del ser. Estar a la escucha. Acompañando la aparición de mundos posibles. Ocupándonos de lo que hay. Que no se enquiste. Que no se endiose. Que no nos extravíe. Estando abiertos. Estando vivos. Salud.






domingo, 3 de diciembre de 2023

¿Cómo prevenir los conflictos?

Cristóbal Toral, Personaje de Hopper tomando el sol en un cuadro mío, 2005-2006 

Sobre los conflictos

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.2

07 de noviembre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas

[La ética] no puede partir de un punto de vista abstracto ajeno a la historia, o del punto cero de la historia. Más bien tiene que considerar que la historia humana –también la de la moral y la del derecho– ha comenzado desde siempre (...) concretada históricamente en las correspondientes formas de vida.

Karl-Otto Apel

Hablemos de creatividad. Nuestras respuestas o acciones son creativas cuando estamos conectados con lo que hay, con la situación particular, profundamente, por consiguiente, con el ser que la anima, que le hacer ser de ese modo, existir. Como diría Heidegger, cuando estamos en la actitud de escucha del ser. Y entonces emerge una idea, una salida, un objeto... nuevos, inéditos. Es decir que la creatividad tiene más que ver con nuestra apertura, receptividad o disponibilidad interior, que una inspiración de origen exterior, del tipo que sea. Aunque me viniese, si no soy capaz de recibirlo, de qué nos valdría. Nuestra receptividad es lo que depende de nosotros. Y no digamos cuando hay conflictos, que fue lo que se plantearon los participantes aquella tarde, en el salón principal de la Sociedad Recreativa y Cultural La Peña, un grupo menos numeroso que otras veces. Si los conflictos se perpetúan a menudo, y tanto nos hacen sufrir, herida sobre herida, es muy posible que sea esta actitud creativa la que nos falte; segada por una serie de creencias erróneas, que los participantes fueron analizando para nosotros.

Antes, repasaron algunas de las facetas de su vida, en las que ellos y ellas se sentían habitualmente más creativos. Esos contextos o momentos en que somos menos mecánicos, menos rutinarios, menos previsibles. Por ejemplo, caminando en soledad, o dejando suelta la mano, que dibuje líneas o manchas en un papel, o escuchando música, que me vengan continuamente posibles coreografías, o buscando un sitio tranquilo que me ayuda a pensar de otro modo, o bien, leyendo libros de historia, como descubro otros modos de ver el presente. Tú puedes considerarlo también: ¿cuándo sueles ser más creativo, más creativa, porque estás más receptivo, más receptiva?

A nuestros participantes les interesaba (o les inquietaba) qué son los conflictos, si pueden prevenirse y cómo prevenirlos. Y, a ello se aprestaron con bastante vehemencia. Hallar una definición era importante, pues podía suponer un punto de partida crucial para el desarrollo del diálogo. Según lo veían, en todos los conflictos aparece un bien (un objeto material, una idea o un valor) en disputa; y la disputa se desarrolla porque, acerca de ese bien, llegan a diferenciarse perspectivas, imágenes o sentimientos que, según lo viven sus protagonistas, resultan incompatibles. Es decir, que son realmente las interpretaciones básicas de cada una de las partes las que entran en conflicto, y no tanto los objetos mismos en disputa. Esto ya es importante, para darse cuenta de ello. El siguiente esquema les resultó extremadamente útil y poder encauzar satisfactoriamente la discusión: las creencias provocan emociones que conducen a determinadas acciones incompatibles, tal y como se percibe cuando el conflicto está ya avanzado. ¿Y qué sucede cuando las creencias de partida son (o pudieran ser) erróneas? Pues nada, o mucho... el conflicto irreversible está servido. Esta idea se la debemos a lo que nos han enseñado Sócrates-Platón. De ahí su actualidad, siempre.

Pero este relator no sería fiel a lo acontecido allí, aquella tarde, si no dijera que hubo un conflicto actual (y muy preocupante) que estuvo muy presente en todo momento: el (viejo, que no deja de ser por eso menos grave) conflicto palestino-israelí, recrudecido (¡y de qué manera!) estos días de una manera tan dramática. Pero, en lugar de ponernos directamente a hablar de ello, atrapados por las emociones desbordadas que podíamos sentir, adoptamos la perspectiva filosófica: la filosofía trata de principios que funcionan debajo de las experiencias y que se ven reflejados, por eso, en variados casos o situaciones. Pues bien, la distinta interpretación de sus protagonistas, quizás la más básica (piensan nuestros participantes), pudiera ser ésta: el mismo territorio es visto como “nuestra tierra y de nuestros antepasados”, o bien, como “la tierra prometida”. Por tanto, un conflicto, en términos de Karl-Otto Apel, entre la comunidad real o fáctica y la comunidad ideal. Pero, ¿no debería toda comunidad ideal, para realizarse, tener en cuenta y valorar y respetar la comunidad fáctica o existente? ¿Podría ser este error el que está en la base de este conflicto, desde sus inicios, tras la segunda guerra mundial? Nuestros participantes continuaron indagando... otras posibles creencias erróneas.

En general, los conflictos de cualquier clase pueden deberse a la falta de respeto por la visión del problema que se ha situado en el otro. Cualquier forma de anacronismo también puede ser peligrosa: nos referimos al hecho de olvidar el presente, y querer justificar el futuro (que todavía no es), a través del pasado (que ya no es). Además, los intereses inmediatos pueden cegarnos y llevarnos a malinterpretar lo que sucede, y entrar en la pelea de dos maneras: los intereses previos de las partes pueden conducir a errores de percepción, a partir de sesgos interesados, que lleve a tergiversar la evaluación del presente (y obstaculizar la búsqueda de lo mejor en cada caso); y además, incluso, puede haber ocasiones en que pueden convivir intereses que quieran usar los conflictos para su beneficio propio. Por último, según el análisis de nuestros participantes (lo que fue posible ese día), individualmente, también pueden darse creencias erróneas: por ejemplo, las que están detrás de las personas que muestran un perfil dominador; por ejemplo, necesitan dominar a otros para sentirse fuertes ellos mismos; sin duda, una falta de desarrollo interior.

Y no hay que olvidar estos dos principios erróneos, que suelen olvidarse en este tipo de situaciones humanas de conflicto dañino e irresoluble (en sí mismo, el conflicto puede ser muy productivo, si se encauza adecuadamente): 1) el denominado imperativo técnico, es decir, que si algo puedo hacerlo, tengo que hacerlo, perdiéndose de nuevo la conciencia de si es lo mejor en este caso y situación; 2) y el principio que podíamos denominar acción-reacción ciego, lo que lleva habitualmente a una escalada, cada vez mayor y peligrosa, del conflicto, una espiral de violencia, tan frecuente, a la que nos conduce la “lógica” de la guerra. Así pues, ¿qué es lo que precisamos en un conflicto para que no se convierta en irreversible, peligroso o dañino? Parar y tomar conciencia, tomar distancia de lo inmediato, mirar juntos dónde estamos y qué es lo que queremos, que sea lo mejor para todas las partes. No dejarse arrastrar. No ser pasivos, sí, porque ser pasivos es dejarse arrastrar por el conflicto mismo, continuar como hasta ahora. Por lo tanto, mejor ser activos, parar y ser conscientes. Lo otro viene sólo, pero esto necesita de nosotros. Estar abiertos. Estar atentos, disponibles, a la escucha de lo que hay. ¡Cuántas veces hacemos en estos casos de conflicto lo que siempre se hace! Por eso, ¡seamos creativos! ¿No falta de esto, en tantos conflictos que se han enquistado? Mirar de otro modo para ver... la nueva posibilidad.